Considerando la adicción al tabaco del cantante de la banda, y un impactante video de hace algunos años donde hacía desastres con los agudos (personas impresionables, abstenerse), sumándole que de por sí ya no son ningunos pibes, siempre tuve miedo de decepcionarme si algún día los veía. Por suerte no sólo no ocurrió eso el pasado 7 de junio, sino que superaron cualquier expectativa que pude haber tenido desde que los escucho.
La lista de temas fue casi perfecta (bueno, si te encantan seis de los siete discos de una banda, siempre va a faltar alguna canción), la voz de Joey no falló, todos los músicos tuvieron muy buena onda con la gente, y la buena química entre ellos ayuda mucho, y el público (me incluyo) no paró de saltar y cantar con toda su energía. Me sentí emocionada. Abracé a mis amigos que compartían la emoción. Vi más gente abrazándose. Todos sonreímos sin parar durante una hora y media. Al fin y al cabo, hacía demasiado tiempo que veníamos acumulando estos sentimientos.
No recuerdo la última vez que un recital me dejo afónica, con las zapatillas cubiertas en mugre y, sobre todo, feliz. Feliz de amar la música. Feliz de que todavía haya bandas que no necesiten tener ningún hit para que la gente las ame.
Gracias, Lagwagon.
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