viernes, 27 de enero de 2012

A shrink for my shrink

Como ya había comentado hace unas semanas, un día mi desesperación venció a mi escepticismo y pedí turno con una psicóloga por primera vez en mi vida. "O me ayuda con mis problemas, o al menos me da más fundamentos para despotricar contra ellos", pensé. Después de las dos primeras sesiones, saqué en limpio dos cosas:
1- "No me cae mal"
2- "Todo lo que me dijo me lo podría haber dicho cualquier persona con dos dedos de frente"
Dado que había calculado una probabilidad cercana al 90% de odiarla a los pocos minutos de conocerla, el balance era positivo. Hasta que llegó la tercera sesión...
Empezó retomando alguno de los temas que se habían hablado en la sesión anterior. Siempre que yo hablaba ella tenía una respuesta, la conversación mantenía el ritmo usual. Pero a la media hora, hablando de un tema no muy relevante, le respondí algo que me había preguntado y se quedó en silencio. Mano apoyada en el mentón, recostada en su silla, miraba a un punto fijo en el piso, y hacía silencio. De vez en cuando repetía mi última respuesta. Primero pensé que estaba analizando todo para llegar a una conclusión interesante, pero a medida que pasaba el tiempo empecé a dudar y le pregunté, con una sonrisita un tanto incómoda, qué era lo que pasaba. "No, es que estoy tratando de...a ver como puedo...". Acto seguido, me hace una pregunta que ya había hecho antes, y que no era para nada importante. Esta escena se repitió, sumándose bostezos de parte de ella, y algunos gestos raros con los ojos. Hasta que la incomodidad se hizo bronca y preocupación a la vez, le pregunté si se sentía bien, si no prefería verme otro día. Murmuró algunos "no, no", siempre con la mirada en la nada, hasta que finalmente empezó a decir que no sabía qué le pasaba, y terminó soltando un "Me siento mal" con un tono y una pose que, aunque me encantaría hacerlo, es imposible reproducir en forma escrita. Pero puedo asegurarles que al ver a alguien así, automáticamente se llega a la conclusión de que está alcoholizada. No me explico que aflicción física puede tener una persona que la haga actuar de esa forma. Pidió disculpas, fue al baño y volvió diciéndome que mejor siguiéramos otro día. No sin antes atinar a pasar mi credencial por el Posnet y fallar en el intento (sumando puntos a la teoría de la ebriedad).
Ayer volví a ir, para recuperar la sesión perdida, y lo primero que hizo fue pedirme disculpas y contarme que fue al hospital y le dijeron que le habían bajado la presión y el azúcar, que no había comido mucho ese día. El ritmo de la charla volvió a la normalidad, y en un momento se tocó el tema de que me cuesta confiar en la gente, y que suelo dudar de la mayoría de las cosas que me dicen. Tenía el ejemplo perfecto para darle, pero me pareció prudente guardármelo...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

I need a shrink to enlarge my broad minuscular sense of...


Lo único productivo de mi experiencia terapéutica, extremadamente breve vale aclarar, fue haber ideado esta frase que tanto me gusta.

Cheers Beers!

PS: guess who =P

Joaquin dijo...

Nunca fui al psicólogo pero mil veces pensé en hacerlo. No conozco a nadie que haya ido y no lo recomiende. Seguramente lo necesite, pero no sé, hay una barrera que siempre se interpone. La anécdota es genial!

s-f-u-nahuel dijo...

Mi experiencia con un psicólogo fue buena. Pero la tuya me parece genial. Quizá no te ayuda, pero hey, tenés que admitir que es una muy buena anécdota para una sobremesa con amigos (o para un blog).